El matrimonio de Jhon Bermudez y Luz Dary Roa en Monguí, Boyacá
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J&L
12 May, 2018La crónica de nuestro matrimonio
Ha pasado un tiempo, pero aún cada detalle me emociona. Habíamos hablado de nuestra boda incluso antes de que él pidiera mi mano, pero no dejó de ser muy bello y sorpresivo que lo hiciera. Mi esposo es un hombre de familia y de selectos amigos; en cambio yo tengo la fortuna de tener muchos y muy queridos todos así que seleccionar el grupo fue una labor muy difícil y que implicaba dejar de lado a aquellos con los que no nos habíamos visto en el último año puesto que la primera decisión fue que se redujera el grupo garantizando que fuese algo íntimo.
Decidimos casarnos fuera de la ciudad precisamente para dar un espacio de descanso, alejarnos del caos y ruido propios de Bogotá. Mi esposo es arquitecto y siempre le ha encantado el estilo colonial por lo cual nos dimos a la tarea de buscar iglesias antiguas y encontramos una red de pueblos que son patrimonio arquitectónico, la mayoría quedaba muy lejos y nosotros cubríamos no solo el alojamiento sino el transporte de los invitados por lo tanto también eso influyó en el número de personas a invitar.
Seguir leyendo »Viajamos un día antes con todo y con todos, flores, ingredientes para la comida, maquillador, recuerdos, padrinos, familia, etc, textualmente hasta el perro y el gato porque ellas tenían también pañoletas bordadas que decían "perrita de honor" y "gatita de honor".
Todo lo hicimos nosotros mismos, mi hijo es chef y fue el encargado de la cena, mi mami hizo el ponqué, la decoración la hicimos con mi hermana, mis cuñadas, mi esposo, unos amigos que viajaron con nosotros antes también.
Esa mañana amaneció el cielo precioso, todo brillaba (incluidos mis ojos y los de mi esposo) dormimos en habitaciones separadas del hotel, bajamos a desayunar y después de eso ya colocaron las mesas y los manteles. Sobre ellos nosotros pusimos todo lo que habíamos hecho el día anterior, fuimos a almorzar y llegó el gran momento, me dieron nervios, pero una sonrisa enorme no dejaba mi rostro.
En ese momento el novio no encontraba la corbata (la tenían en la zona de planchado del hotel) y mientras me peinaban se me hizo tarde. El velo de mi vestido lo bordó a mano mi mami (10 metros) y ella conjuntamente con mi tía hicieron el vestido. Pero todo pasó cuando vi los ojos del que orgullosamente hoy es mi esposo esperándome en la puerta de la iglesia.
Durante el curso prematrimonial y en los ensayos de la boda siempre lloraba. Al decir los votos, al momento de la entrega de las argollas, caminando en la entrada, pero ese día estaba tan inmensamente feliz que no pude parar de sonreír. Finalmente nos acompañaron los familiares más cercanos y los amigos más entrañables (algunos viajaron 17 y 20 horas para acompañarnos, pero todos mínimos 5 desde Bogotá, una muestra de amor incomparable).
Lo más especial fue esa comunión con Dios, en ese momento sin haberlo planeado ambos decidimos concentrarnos en la ceremonia, en cada palabra, en los sabios consejos del sacerdote y en los versos que habíamos decidido que acompañarían nuestra entrega.
Hasta que la muerte nos separe.
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